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LOS TRASPIÉS DE UN PAÍS EN JAQUE

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Publicado: 2019-06-01

Tal parece ser que las reformas políticas encabezadas por el presidente Vizcarra atienden a estadios coyunturales, que lejos de analizar el ordenamiento jurídico interno e identificar falencias visibles de hacía tiempo, su primigenia intención viene motivada por las trabas de un Legislativo intransigente, obstruccionista y férreo opositor. 

La vergonzosa actuación del Parlamento sigue provocando en la población un repudio casi unánime, dejándose notar en toda su esencia cuando piden al representante del Ejecutivo que cierre de una vez por todas ‘ese nido de ratas’, como si de un simple favor se tratara. Suponemos que asumen que cerrar el Congreso constituye una de las facultades que puede realizar el presidente de turno, sin mayor contratiempo que su sola decisión; sinceramente no parece haber otra explicación que sustente tanto desvarío. Aunque pensándolo bien, podría atender a una mala interpretación de la –ya invocada en lo que va del actual gobierno– cuestión de confianza, la misma que se constituye como un mecanismo inteligente que permite cierto grado de control por parte del Ejecutivo hacia el Legislativo –obviamente, sin llegar a transgredir la independencia y autonomía de poderes– cuando éste pretende actuar de espaldas frente a las políticas e iniciativas que emanan del gobierno central, en tanto que no da luz verde para que logren ejecutarse.

La lógica es simple, si el Parlamento niega por segunda vez la cuestión de confianza planteada por el titular del Ejecutivo, éste se encuentra facultado para disolver inmediatamente al Congreso –que ha osado censurar al gobierno por más de una vez– y convocar a nuevas elecciones congresales.

Comentar del asunto, en retrospectiva, me traslada a las aulas universitarias, en donde concluíamos que la figura constitucional en cuestión era de gran aporte sobre todo para el país –el que no debe llegar a paralizarse en ningún momento–, cuyo fin principal era evitar que se agudicen las crisis de carácter político entre el Ejecutivo y el Legislativo, cuando se evidenciaba entre éstos una labor divorciada y pugnas insostenibles, que en última instancia conllevaban al perjuicio de los propios connacionales. Ahora bien, recuerdo dicho suceso, porque en lo personal, se me hacía totalmente descabellado concebir que el Parlamento pueda llegar a tales extremos, de censurar siquiera una sola vez la confianza del jefe de Estado. Déjenme decirles lo ingenua que era en aquel entonces. Para hoy, el fujimorismo ha roto todos mis esquemas; sin lugar a dudas se ha convertido en el partido –o diríamos ¿organización criminal?, a propósito del caso Keiko y cócteles– que juega a ser oposición de la manera más vil y nauseabunda, que provoca arcadas en la mayoría de peruanos. ¿Qué señores, fujimoristas? ¿Acaso creen que aplausos? ¡Ya cánsense!

Y lo que parecía casi una imposibilidad, terminó siendo aún peor de lo que uno/a se pudo llegar a imaginar.

Pero, y ahora al tema de rigor, qué pretende la ciudadanía cuando alza la voz, y pide al presidente Vizcarra que cierre el Congreso, que como bien se sabe, al margen de la cuestión de confianza –y siempre bajo los términos de sus condiciones–, no procede constitucionalmente. Por lo que se deja entrever, piden un golpe de Estado al más puro estilo del fujimontesinismo, lo que resulta una completa ironía por cuanto proviene de aquellos sectores que contemplan en el fujimorismo su más alta contradicción, y son ellos los que se embanderan la defensa de la “democracia” e “institucionalidad”; apelan a nomenclaturas como “gobernabilidad” y otras sandeces, que parece no importarles en lo absoluto cuando de por medio se encuentra el tumbarse a aquello que representa su némesis –sólo y, válgase la redundancia, sólo el fujimorismo–. La lucha de clases es inexistente para estos grupúsculos que terminan como colaboradores de los gobiernos de turno. No sorprende por ello su postura frente a lo que fue la segunda vuelta en las últimas elecciones generales que se llevaron a cabo en el país, en donde hicieron un llamado expreso a darle el voto a PPK, en quien muchos veíamos a otro enemigo de clase más. Perder el norte respecto de la concepción de la lucha de clases, lleva a cometer terribles errores, tal como es el caso de perpetuar los mal –equivocadamente llamados– “menores”, que terminan siendo peores.

Que sea el sector oenegero por un lado, el que pide a Vizcarra el cierre del Congreso sin más, hace suponer que suma también como parte de los privilegios que se irrogan por las consultorías oportunistas que dan gobierno, tras gobierno, y del que este último no es la excepción.

Si por otro lado, la intención es que se cierre el Legislativo, y finalmente se convoque a una Asamblea Constituyente, lamento decepcionarlos y arrebatarles su momento de ensueño; es bastante obvio que con el señor Vizcarra, ello no va a pasar –no pequemos de ingenuos, estimados–. Es así que los propósitos del presidente logran advertirse sin mayor dificultad, él se ha mostrado bastante claro; en ese sentido, tal como lo señalamos al principio, el titular del Ejecutivo está encaminando ciertas reformas, que no tocan en absoluto la estructura que condiciona la injusticia social y desigualdades que nos desafían como país.

Por ello, incluso en un mundo paralelo, en donde utópicamente el Legislativo se inmole negando la cuestión de Confianza al presidente Vizcarra, la convocatoria a nuevas elecciones congresales no cambiaría en nada la situación real que convive diariamente con cada peruano. La solución no está en la alternancia, ni mucho menos. Nuevos rostros, de ninguna manera son garantía de mejores intenciones para con el país. En la política no hay seguro que nos indemnice de una mala elección. Por ahora deberíamos reflexionar si efectivamente tenemos el sistema político que queremos, y estamos de acuerdo con su forma organizativa, que nos ha traído más de un dolor de cabeza en estos tiempos. Espero que las reacciones frente a estas últimas palabras no sean como las que tuvieron los escuchas de Samwell Tarly, cuando proponía un modelo democrático para la elección del futuro Rey.

Señores, ¿quién nos ha hecho creer que la separación de poderes es la panacea que garantiza cualquier “buen” gobierno? A ver si nos desajustamos el corset del pensamiento dominante y opresor.

"La democracia no es el punto de llegada, sino el punto de partida" (José Saramago)

 


Escrito por

Kely Idrogo Estela

Soy un pájaro feliz / entre vastos árboles de letras.


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